DesigualdadMercado Laboral

Desafíos para la participación de los jóvenes

En este artículo trato de considerar algunas de las cuestiones y desafíos discutidos en la actualidad sobre la participación de los jóvenes en el mercado laboral. Para situar el debate en sus magnitudes, los remito a la lectura del interesante artículo de Santiago Boffi, en donde revisa los diagnósticos para la OCDE y América Latina (AL). En términos generales, Boffi plantea que los jóvenes de ambas regiones son afectados por niveles similares de desempleo (14,2% en OCDE y 14,7% en AL) y como parte del patrón esperable, el desempleo se concentra entre las personas de bajo nivel educativo y las mujeres. La primera diferencia de peso aparece en el grupo de jóvenes que no estudian ni trabajan (16,1% en OCDE y 22,5% en AL). Pero la principal distinción del problema está adherida a la condición del trabajo: en América Latina la informalidad y el trabajo precario son abrumadoramente mayores respecto de la OCDE y en buena hora se ha instalado el debate sobre estos temas en nuestra región.

En lo siguiente, los datos que cito sobre los países de la OCDE provienen del “Employment Outlook 2014” que publica la oficina de estadísticas de esta organización. En el caso de América Latina provienen de las publicaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La información sobre la demografía surge de los informes de la División de Población de Naciones Unidas. Todas estas referencias están citadas al final del artículo.

 

Algunas cuestiones detrás de las cifras de desocupación juvenil

El origen de la cuestión del empleo está situado en el modo de producción y las configuraciones de las estructuras productivas. Lo cierto es que en la actualidad el grueso del empleo se crea, destruye y transforma en el sector de servicios. El empleo en este sector es por definición más inestable que el empleo industrial. Aunque ahondar sobre la cuestión excede el espacio de este artículo (y a propósito los invito a leer los trabajos de Daniel Nieto), este modo de reparto del empleo por sectores es una explicación directa del desempleo, la intermitencia laboral, las “colas de trabajo” que afectan a los jóvenes, quienes en tiempos de crisis son los primeros en perder sus empleos y los últimos en recuperarlos cuando las economías se recuperan.

La “flexibilizaciones” de las normativas del mercado laboral no consiguen crear suficiente empleo y contribuyen sobremanera a la proliferación de las formas de contratación precaria: contratos a plazo fijo, por períodos de prueba extendidos, pasantías prolongadas, permanencia en trabajos de baja productividad, elusión de la relación de dependencia. Los más jóvenes son el “factor de ajuste”, precisamente, por carecer de experiencia laboral, afiliación a los colectivos de protección sindical, por el exceso de oferta de trabajo en su grupo de edad. No olvidemos que (aunque en grado diverso) el sector privado discrimina y excluye de la demanda a los desempleados. Estos efectos indeseables de la demanda de trabajo se asocian de modo patológico con una condición crítica de la oferta: la permanencia en el desempleo por un tiempo prolongado desalienta la búsqueda laboral y «desactiva» a las personas (en general se considera tiempo prolongado a períodos de desempleo de más de un año). Como resultado se verifica que una proporción importante de jóvenes hábiles, en edad laboral, abandonan la población activa y se transforman en población inactiva, que requiere atención con recursos de los que permanecen activos. Este proceso complejo de condicionamientos transforma a importantes proporciones de la juventud en proyectos de desempleados crónicos.

Entre los “aspectos individuales” de los jóvenes asociados a las oportunidades de conseguir un empleo figuran, principalmente, el nivel educativo alcanzado, el dominio de habilidades genéricas y luego de aquellas habilidades propias del puesto laboral. Con menor ponderación se aprecian la historia laboral y el diferencial de calificaciones específicas, porque se espera que la “la primera edad de trabajo” sea de apoyo para los logros académicos y la progresiva adquisición de habilidades para procesar información, organizar el trabajo (propio y el de otros), trabajar en equipo y resolver los problemas complejos que están asociados a la productividad promedio del mercado laboral. Este segundo complejo de capacidades determina buena parte de las posibilidades durante el resto de la trayectoria laboral. Consideremos que estos atributos del “capital humano” interactúan con el denominado “capital social” condicionando las oportunidades laborales, aunque es difícil predecir el peso específico que aporta cada uno de los componentes en el resultado.

Estas razones, que podríamos denominar “estructurales”, explican por qué el desempleo vulnera a los jóvenes de todos los niveles educativos, géneros, etnias, ciudadanos de países dónde el capitalismo se encuentre más o menos avanzado. Sin embargo, los riesgos de desempleo se distribuyen de modo muy desigual entre los estratos sociales y las características individuales. Por tomar ejemplos del mundo desarrollado, en Estados Unidos la desocupación es mayor entre los jóvenes negros e hispanos que entre los blancos y en Europa occidental la desocupación afecta siempre más a los inmigrantes. Los jóvenes están descontentos en el mundo desarrollado, las cifras de potenciales migrantes son impresionantes, muchas veces explicadas por el concepto de “inflación escolar” que introdujo Bourdieu (2012) para identificar la frustración que se genera por el desfase entre las aspiraciones y las posibilidades de inserción laboral.

Pero así como, según advirtió la OIT, en los países desarrollados los jóvenes enfrentan altos niveles de desempleo y de intermitencia laboral, en los países menos desarrollados persisten de un modo preocupante elevadas proporciones de “trabajadores pobres”. En América Latina, el mercado laboral está segmentado por incidencia de la elevada desigualdad, histórica en la región y que fue particularmente acuciante durante las dos últimas décadas del siglo pasado. Durante la “década neoliberal” la pobreza y la indigencia dañaron a muchas personas de modo difícilmente reversible. En los grupos más vulnerables las necesidades fueron, literalmente, de sobrevivencia. Quienes lograron sobrevivir a la penosa desestructuración de sus vidas (por desnutrición, ruptura trágica de las familias, alejamiento de un núcleo de contención, por el tránsito en la delincuencia y la dependencia de las drogas), hoy tienen escasos recursos propios para socializar y, desde luego, ínfimas posibilidades de buscar y auto-gestionarse una ocupación.

Luego, entre los jóvenes hábiles para trabajar, existen grandes diferencias de oportunidades según el estrato socio-económico en el que se pueden situar sus contextos familiares y de vínculos próximos. Los jóvenes de los estratos más pobres tienen el ineludible compromiso de contribuir a la subsistencia de sus familias y esto atenta, de modo circular, sobre las posibilidades de mejorar sus condiciones de «empleabilidad», además de acceder a menor cantidad de oportunidades para expandir sus capacidades personales y participar en una red de relaciones sociales de contención. Para socorrer a sus familias tienen que trabajar mucho más que los otros jóvenes porque los salarios de la “primera edad laboral” son bajos… y así son condenados a una trayectoria de salarios bajos. Entre los trabajadores jóvenes y pobres se magnifican los riesgos de desafiliación familiar temprana, cuando por ejemplo, son impelidos a migrar en busca de un trabajo o para mejorar los ingresos que consiguen en ese momento. No es sorprendente que de este modo continúe la reproducción intergeneracional de los riesgos sociales ya enumerados.

 

Las proporciones de jóvenes son más reducidas que las anteriores y deberán enfrentar desafíos más complejos

En todo momento que abordamos la problemática laboral entre los jóvenes estamos tratando sobre las posibles trayectorias de las generaciones que deberán contribuir con su actividad para sostener el bienestar de las sociedades. Han resultado instructivas las experiencias de Europa occidental y Japón sobre el significativo impacto fiscal del envejecimiento demográfico. En general, conocemos el desafío: la productividad de la economía debe crecer con un ritmo mayor al de la reducción de la población activa (la población que de algún modo genera la mayor parte del producto bruto de los países). A partir de esta premisa, concentremos la atención en las variaciones de los grupos de jóvenes. Consideremos que en estas regiones desarrolladas el grupo de jóvenes (entre 15 y 24 años) representa actualmente, en promedio, el 11,6% de la población total, mientras que cuando sus padres eran jóvenes la proporción era del 15,5,% (las disminuciones extremas ocurrieron en España, Irlanda, Japón, Portugal y Finlandia). A lo largo de estos 30 ó 40 años, en América Latina y el Caribe el tamaño de las cohortes de jóvenes se redujo de modo menos apremiante, del 19,7% al 17,3% actual, porque la región era demográficamente joven. Nuestra región es aún joven, aunque el promedio también esconde disparidades… en la mayoría de las Islas del Caribe los jóvenes representan el 13%, en Argentina, Uruguay y Chile el 15%, en Brasil el 16,4% (que debido al tamaño de su población ejerce una gran relevancia en el promedio regional) y finalmente entre los países de América Central, Bolivia y Paraguay los jóvenes representan el 20% de la población total. Es decir, algunos de estos países experimentan ya una transición demográfica acelerada y se proyecta que la disminución de los de jóvenes ocurrirá más rápidamente que la registrada en los países desarrollados hoy más envejecidos. De aquí que resulte “de vital importancia” sostener una alta participación de los jóvenes en la economía.

 

El mito de los jóvenes apáticos

Los jóvenes se enfrentan actualmente a procesos contradictorios en relación a su capacidad de participación en la vida social. Es cierto que se incrementaron los espacios de expresión y de reconocimiento entre pares. Pero los jóvenes están implicados también en procesos de marginación social que derivan en graves consecuencias para sus subjetividades: entre los jóvenes aumenta la delincuencia, la marginalidad, la “mala vida”. Con fortuna, quienes transitan «los malos caminos» son rescatados por las redes de solidaridad social cuando se encuentran ya extenuados, con baja autoestima y escasos proyectos para sus futuros. Sugiero que para continuar con discusiones interesantes sobre estas tensiones se recuperen las implicancias elaboradas por Margulis y Urresti (1998) y Bourdieu (2002).

Los jóvenes y sobretodo los de la generación “del milenio”, nacidos partir de mediados de la década de 1990, producen y hacen circular una gran cantidad de sus manifestaciones culturales por canales y registros bastante diferentes a los frecuentados por las generaciones de sus padres, abuelos y otros adultos que los rodean. En parte por esto, algunos sectores del arco político les motivan débiles representaciones de sus singularidades, y así, en la mirada de los demás electores, los jóvenes aparecen como “apáticos”, o poco interesados en las cosas del bien común.

Fuera de las esferas de circulación cultural hegemonizadas por los patrones de sus ascendentes, los jóvenes son siempre la fuente que renueva el ánimo social. En los años de 1960 y 1970 las manifestaciones multitudinarias de la juventud insinuaban que su imaginario había “tomado el poder”. Fue la época en donde los jóvenes se involucraron activamente en proyectos colectivos para transformar el mundo, se apoderaron como “constructores” del sentido que querían imprimirle a sus vidas (en particular) y al devenir de la historia del mundo (en general). Esta poderosa energía creativa se pudo canalizar hacia la producción de avances significativos en la sociedad, como el reconocimiento de la diversidad cultural, la participación ciudadana y el incremento de la consciencia sobre la paz y el respeto por la naturaleza y el medioambiente. En la actualidad, los esfuerzos colectivos de la juventud continúan generando significados potentes, apoyando sus proyectos en la utilización de las nuevas tecnologías de difusión y vinculación entre las personas, las “redes sociales”. Estos medios son, a la vez, condición de posibilidad de expresiones anteriormente minorizadas o subsumidas en el proyecto global de construir un “nuevo mundo”. Tal vez por esta misma potencialidad de producir miles de emergentes, se esperan y reclaman actitudes de coordinación, o convergencia, entre los jóvenes para lograr que esa miríada de expresiones alcance la legitimidad social. Quizás la lección asumida por los más jóvenes de hoy es que la transformación del mundo no puede, ni debe, provenir de la imposición de una visión sobre otra. Esa estrategia de las generaciones anteriores de jóvenes los condujo a puntos ciegos, más o menos deseados, de la violencia y la marginación social.

 

Algunas políticas para la promoción de la actividad entre los jóvenes

Evidentemente, hay mucho trabajo por delante para mejorar el bienestar de las familias en América Latina. Hay indicadores básicos de pobreza estructural que tienen que atenderse de modo urgente. Por ejemplo, con planes que impliquen activamente a los jóvenes para solucionar realmente el déficit habitacional. Así mejorará el ambiente de confianza en los proyectos colectivos, el trabajo y el esfuerzo por conseguir objetivos de realización personal.

Vincular la experiencia laboral con el emprendedurismo. Por citar el caso de Argentina, existe el Programa “Jóvenes con más y mejor trabajo” del Ministerio de Trabajo de la Nación, orientado especialmente a la juventud amenazada por la exclusión social. Está enfocado a jóvenes de 18 a 24 años de edad, con residencia permanente en el país, que no hayan finalizado sus estudios primarios o secundarios y estén desempleados.

Vincular la experiencia laboral con el sector privado. Promover programas de aprendizaje formal de un oficio en las empresas, para los jóvenes de hasta 26 años, utilizando la capacidad instalada en horas sin trabajo. Esto se podría complementar, por ejemplo, con incentivos a los jóvenes que cursen el último año de los estudios secundarios, para que inviertan hasta tres días a la semana en empresas como aprendices asalariados a tiempo parcial, en un período de dos a cuatro años, mientras terminan la secundaria y continúan con un aprendizaje terciario o universitario.

En relación a la actividad dentro del sector privado, citemos una propuesta controvertible: la contratación obligatoria de jóvenes. La Cámara de Diputados de la Provincia de Buenos Aires dio media sanción, recientemente, a un proyecto de ley que obliga a las empresas instaladas en la provincia, con planteles superiores a los 120 empleados, a contratar jóvenes de entre los 18 y los 24 años que se encuentren en situación de desempleo, no tengan o hayan tenido vínculo laboral anterior debidamente registrado. Las empresas estarían obligadas a contratar jóvenes hasta que representen el 20% del total de la fuerza productiva de la empresa. De convertirse en ley, el no cumplimiento de la norma se penalizaría con una multa equivalente al 5% de la facturación del último año fiscal. Las empresas cumplidoras podrían tomar como pago a cuenta del Impuesto a los Ingresos Brutos, y por un plazo máximo de 12 meses no prorrogables, un monto equivalente a dos salarios mínimo vital y móvil por cada empleado, en las condiciones que establezca la Agencia de Recaudación de la Provincia de Buenos Aires, además de acceder a líneas de crédito especiales.

En el mundo desarrollado se implementan becas, préstamos y descuentos para facilitar el costeo del período de estudios superiores, generalmente hasta los 26 años. En Argentina comenzó a implementarse en enero de 2014 el Programa de Respaldo a Estudiantes de Argentina (PROGRESAR) para los jóvenes de 18 a 24 años, nativos o con residencia de por lo menos 5 años, que viven en hogares de bajos ingresos y se mantengan estudiando en niveles desde el primario al universitario, asistan a centros de formación profesional o se inscriban en los cursos de orientación e inducción al mundo del trabajo. En la actualidad el programa proporciona $900 mensuales al titular del derecho, equivalente al 15% del salario mínimo, vital y móvil vigente para los trabajadores a tiempo completo. Este programa es importante en Argentina porque, entre los jóvenes, es significativo el desempleo de larga duración. Sin embargo no se han publicado aún informes de los progresos en relación al grupo que pretende atender.

Finalmente, para una evaluación de las experiencias y políticas relativamente recientes para favorecer la participación de los jóvenes, podemos consultar la reseña de la OIT (2012, tabla 2) sobre ventajas, desventajas y programas exitosos para favorecer el empleo entre los jóvenes.

 

Comentarios finales

En la medida en que podamos identificar cabalmente los procesos que conciernen a la participación de los jóvenes obtendremos claves valiosas para integrar en las políticas públicas que asuman como objetivo la difusión de mayor bienestar social. En el siglo pasado, las transformaciones en las estructuras productivas y en las políticas que se implementaron para sostener el crecimiento económico interactuaron con condicionantes históricos, culturales y económicos excepcionales. De esta combinación han resultado  cohortes de quienes hoy son jóvenes en la primera edad laboral de tamaños relativos más reducidos respecto a las de sus padres y abuelos. Y que sean jóvenes enfrentados a un mundo mucho más complejo que les plantea incertidumbres con la potencia suficiente para desestabilizar sus proyectos y biografías. Según conocemos, estas tendencias que se deslizan sobre la estructura sistémica, emergen como datos preocupantes en los mercados laborales y tienen (y tendrán) importantes implicancias para la economía.

Por eso, los esfuerzos para acrecentar la participación de los jóvenes que deben preponderar son aquellos que se motoricen sobre ejes diversos, como la solidaridad, la reflexión colectiva, la salud integral y la cultura. Que siempre se favorezca la interacción e interlocución intra e intergeneracional para que los derechos de los jóvenes resulten legitimados y garantizados.

 

Referencias

Bourdieu, Pierre (2002). “La juventud no es más que una palabra”. En “Sociología y Cultura”, ed. Grijalbo, México, pp. 163-173.

Kliksberg, Bernardo (2012). “¿Qué está pasando con los jóvenes en el mundo y en América Latina?”. En Biblioteca Bernardo Kliksberg, Diario Página /12, domingo 16 de octubre.

Margulis, Mario y Urresti, Marcelo (1998). “La construcción social de la condición de juventud” en Laverde Toscano M. C. y otros (eds). “Viviendo a toda. Jóvenes, territorios culturales y nuevas sensibilidades”. Santa Fe de Bogotá: Siglo del Hombre Editores.

Ministerio de Desarrollo Social de la República Argentina. Sub-Secretaria de Juventud. Disponible en http://www.juventud.gov.ar/

Ministerio de Trabajo de la República Argentina. Programa “Jóvenes con más y mejor trabajo”, disponible en http://www.trabajo.gob.ar/jovenes/

Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD). “Employment Outlook 2014”. Noviembre. Disponible para lectura en línea en http://www.keepeek.com/Digital-Asset-Management/oecd/employment/oecd-employment-outlook-2014_empl_outlook-2014-en#page1

Organización Internacional del Trabajo (OIT). “Políticas de empleo juvenil durante la recuperación económica”. Disponible en http://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—ed_emp/—ed_emp_msu/documents/publication/wcms_151462.pdf

Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). “Mejorando la participación política de la juventud a lo largo del ciclo electoral. Guía de buenas prácticas”.

Programa Multimedial “Jóvenes en Acción”, disponible en http://www.jovenesenaccion.net/nosotros.php

United Nations, Department of Economic and Social Affairs, Population Division (2015). World Population Prospects: The 2015 Revision, custom data acquired via website.