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“La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado” de Robert Castel

“Clásico tiene su etimología en classis: “fragata”, “escuadra”. Un libro clásico es un libro ordenado, como todo tiene que estarlo a bordo; shipshape como se dice en inglés. Además de ese sentido relativamente modesto, un libro clásico es un libro eminente en su género.”

Jorge Luis Borges, “La cábala”

 

Introducción

Robert Castel comentó que fue comprendiendo “la importancia del trabajo como elemento de soporte personal y de conexión social” a partir de su vinculación con la práctica de la psiquiatría y el psicoanálisis, y con los movimientos críticos a estas actividades en las décadas de 1960 y 1970. Estas reflexiones lo condujeron a concentrarse en el análisis sociológico de la cuestión social del capitalismo, que asentó en «Las metamorfosis…» con un estudio minucioso de las transformaciones de la relación salarial y las condiciones de trabajo. La eminencia de este libro en su género está señalada por la posibilidad de encontrar aquí un espacio del diálogo de voces diversas, en donde Castel sondea entre esos argumentos para responder preguntas productivas.

«Las metamorfosis de la cuestión social» reúne planteos sobre la intervención social. La primera parte, “De la tutela al contrato”, es una genealogía de las relaciones del trabajo en la Francia de los últimos tres siglos, como una insistencia lúcida sobre la necesidad de reconstruir los procesos sociales en el largo plazo. Este esfuerzo consigue logros interesantes en el aspecto comparativo, que incluyen vinculaciones con la Inglaterra en donde se desarrollaba la revolución industrial. Quizás por este énfasis particular, la segunda parte, “Del contrato al estatuto”, devino en una referencia básica de los aportes sobre la temática de la cohesión social, tanto en el registro de la investigación como en los diseños de las políticas sociales.

Este es un libro de estudio, con una lectura que, necesariamente recurrente, entrega en compensación un sistema de análisis de la historia del trabajo y ofrece múltiples invitaciones a la investigación de los temas expuestos. Castel se formó primeramente en filosofía, densidad que se refleja en la elección y el uso de los términos y conceptos, aunque exceptuando disquisiciones de difícil comprensión o sinuosas prevenciones para situar la terminología. El lector percibirá el beneficio del entrelazamiento de figuras retóricas y la alusión a producciones artísticas, para caracterizar los períodos históricos y dar referencia explícita a los conceptos abstractos. Esta manera de realzar los argumentos se combina, de modo eficaz, con la estrategia de citas y de referencias bibliográficas, para favorecer la comprensión del texto, que exige lecturas detenidas.

 

Las transformaciones de la relación salarial

Desde mediados de la década de 1970, la desafiliación, la vulnerabilidad social y precarización laboral comenzaron a manifestarse en las economías avanzadas. Veinte años después, en una Europa a medio camino entre la caída del Muro de Berlín y la adopción del euro, persistía la preocupación sobre el in crescendo de estos fenómenos. De modo que el estudio de los cambios en el mundo del trabajo, era un campo nutrido por numerosos aportes cuando Castel publicó su libro. Es así que la elección del sugerente título de su obra, intenta inscribirla en las posiciones que Michel Aglietta y Anton Bender habían propuesto cuando publicaron “Las metamorfosis de la sociedad salarial”, en 1984.

El plan del libro de Castel trata de comprender cómo la cuestión social se transforma según el desarrollo de la relación salarial. Piensa sobre estos procesos con apoyo en la matriz de la escuela regulacionista, identificando cambios entre configuraciones específicas del modo de retribución de la fuerza del trabajo, del paradigma técnico que regula la producción y del grado de reconocimiento legal de la relación de trabajo (tutela, contrato y estatuto del trabajo). La investigación comienza en el siglo XVIII y recorre las nuevas relaciones entre la sociedad industrial y la sociedad global de los siglos sucesivos, enfatizando la contribución decidida de la acción política y social de los grupos de trabajadores para obtener el reconocimiento de derechos colectivos y rodear de garantías al trabajo.

El salariado, remitido inicialmente al pago del trabajo subordinado, se expandió durante el siglo XX hasta convertirse en un modo de distribución de los individuos en el espacio social. Es el período donde el salario se transforma en una asignación global al tiempo de trabajo, es revestido de un estatuto y se torna un atractor para las relaciones del trabajo. Castel apunta que en Francia, la mensualización de los obreros, acordada en abril de 1970, abarcaba al 82,5 por ciento de los obreros en 1977. La garantía principal del estatuto del trabajo es la propiedad social, una forma de asegurar a los no propietarios. La propiedad social adquiere materialidad en los diversos dispositivos de protección social, piezas abarcadas y puestas en funcionamiento por un gran acuerdo social, denominado «Estado del Bienestar».

En este libro encontraremos un relato sobre el tránsito del capitalismo como una sociedad de exclusión a una sociedad de vulnerabilidad de masas, atravesada por distintas condiciones del salariado (proletaria, obrera, salarial). La relación salarial asume distintas características, de modo progresivo aunque no secuencial, hasta conformar la condición salarial. Estas características pueden englobarse en cinco grandes rasgos: la diferenciación precisa entre los ocupados y los inactivos, la organización científica del trabajo, la capacidad del salario de permitir el consumo de bienes no imprescindibles, el acceso a los seguros asociados al empleo y a los servicios públicos, y la legitimidad jurídica de las negociaciones de trabajo de modo colectivo. En esta sociedad, el Estado asume un rol privilegiado en la gestión regulada de las desigualdades y la inseguridad social, apoyada en el crecimiento económico y la inscripción de los individuos en colectivos protectores, construidos para suplir el debilitamiento y desaparición de las relaciones de proximidad que proveían seguridad.

Durante la primera fase del capitalismo, cuando no se había extendido mundialmente, ni dominaba las posibilidades de sobrevivencia de las mayorías, se configuró la condición proletaria. La condición proletaria, con todas sus penurias, era la base de la sociedad de algunas grandes ciudades. Esta fue una sociedad de clases “pura”, excluyente, pues no existían las jerarquías en el mundo de trabajo, sino polarización entre los propietarios y los asalariados, que incluían a los trabajadores en las industrias, como aquellos otros que ofrecían su trabajo de modo intermitente, complementando sus posibilidades de subsistencia a partir de lazos con actividades pre-capitalistas.

La condición obrera convivió con los primeros atisbos de la democracia de masas y los programas de seguro social. Fue una transición hacia una sociedad masivamente integrada, acompañada de la extensión progresiva de los sistemas educativos y sanitarios, al tiempo que se estructuraba una relación económica entre salario y consumo. Aunque el desarrollo de estos bienes y servicios fue limitado, “Todo el mundo consumía, pero no los mismos productos; había más diplomas, pero no todos tenían el mismo valor; muchos salían de vacaciones, pero no a los mismos lugares, etcétera”. La condición obrera fue la base de una sociedad polarizada: el seguro social se circunscribía a la clase obrera industrial, el salario no era forma dominante de las remuneraciones, altas proporciones de los trabajadores no participaban del salariado, otras relaciones de dependencia (reconocidas actualmente en el sector de servicios) no compartían la legitimidad del asalariado industrial (recibían pagos por hora, por semana, no una mensualidad).

La transformación a la condición salarial habría de esperar a la segunda posguerra, cuando importantes colectivos de profesionales y de ocupaciones no obreras se agregaron al asalariado. En la Francia de 1973 se registraba que cerca del 83 por ciento de la población activa era asalariada, con contrato a tiempo indeterminado. Los regulacionistas nombran “sociedad salarial” a esta división social del trabajo, un complejo de relaciones de interdependencia a gran escala que, aludiendo a Durkheim, tiende a producir la anomia como la realización de las subjetividades. En la sociedad salarial los sistemas de protección son complejos, frágiles y costosos, demandan un Estado social que los impulse, legitime y financie. Encontraremos lúcidos párrafos dedicados a exponer los sostenes de este andamiaje: fordismo, keynesianismo y democracia representativa para alcanzar los pactos sociales para la protección social.

 

Aspectos novedosos de la sociedad salarial

El trabajo se ha vuelto empleo, dotado de un estatuto que incluye garantías: salario mínimo, derecho laboral, cobertura por accidentes, por enfermedad, jubilación, etc. En su máximo despliegue, la sociedad salarial debería ser una sociedad de semejantes, en la cual todos los miembros pueden mantener relaciones de interdependencia porque disponen de un fondo de recursos y derechos comunes.

En esta división social del trabajo se identifican tres zonas: una de integración social, entre quienes participan activamente del mundo del trabajo; una zona de vulnerabilidad determinada por el debilitamiento de los lazos con ese mundo, y una tercera zona, en donde vagabundean los sujetos excluidos. En esta sociedad salarial se relativizan las oposiciones típicas de la sociedad de clases, la heterogeneidad de posiciones en el asalariado se transformó en “un principio de distinción que oponía y reunía a los grupos sociales”.

El desarrollo del fordismo tornó en minoritaria a la fracción de obreros dedicados a la fabricación y ejecución, en relación con aquellos otros dedicados a trabajos de organización del trabajo, diseño y control. De modo que el advenimiento de la sociedad salarial, contribuyó a la «destitución» al obrero industrial de su rol central y de la representatividad de sus reclamos, peticiones, etc. También fue amenazada la coherencia interna del bloque de asalariados obreros, pues la segmentación del mercado reflejaba que unas empresas protegieran más a unos asalariados obreros que a otros, según fueran de carácter públicas o privadas, grandes o pequeñas, de una rama u otra.

La sociedad salarial fue tornándose desigualitaria y proteccionista. El salariado, tan masivo como masiva la problemática de la inseguridad. Siempre existen “individuos por defecto” de estas protecciones, que constituyen un bloque periférico o residual, que acumula a la fuerza de trabajo marginal, de ocupaciones inestables, estacionales, intermitentes. Sujetos discriminados por determinadas características personales. Si bien, inicialmente, en este bloque se ubicaron las mujeres, los inmigrantes, los jóvenes sin calificación, luego, estas amenazas se acumularon con otras que tendieron a desestabilizar el trabajo estable.

El reconocimiento de los derechos colectivos, vinculados a las condiciones del trabajo, no necesariamente otorga el reconocimiento a grandes colectivos. Los reconocimientos pueden abarcar diferentes magnitudes y dimensiones, las asociadas a la ciudadanía, a las corporaciones e incluso aquellas que definen a los colectivos en el ámbito de las empresas. En este libro se vislumbra, aunque sin abordarlo directamente, que las distintas maneras de estructurar al colectivo de trabajadores se reflejan en diferentes formas de hacer sociedad en los países desarrollados.

 

Conclusiones

Esta es una obra muy recomendable para buscar figuras que acompañen las reflexiones sobre esas épocas difíciles de imaginar para los lectores contemporáneos. Acompañada de una modestia destacable, Castel nos dejó su opinión cuidada, respetuosa y siempre valiente, fundada en una interpretación original de la historia del trabajo. Su capacidad para disponer al diálogo fuentes diversas, ricas en voces como en reflexiones sobre esos momentos, siempre convocará nuestra atención para entender el presente, como para distinguir causas y remedios a la vulnerabilidad.

“La metamorfosis de la cuestión social” conforma los esfuerzos por comprender los grandes cambios sociales ocurridos en las sociedades capitalistas avanzadas. Sus últimos capítulos contienen discusiones y guías de acción para mantener la cohesión social, instando a continuar la tarea. Podemos decir que Castel cumplió con su parte, brindando lúcidos señalamientos en “La inseguridad social: ¿qué es estar protegido?” y “La discriminación negativa”, que culminaron en “El ascenso de las incertidumbres”, en donde se aproximó con un gran coraje intelectual a las nuevas condiciones que se están gestando en el mundo del trabajo.

 

 

“La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado” fue publicada en español por Paidós, con traducción de Jorge Piatogorsky. Para mayor información, consulte aquí.