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Cambios socio-demográficos que afectan a la desigualdad

En la mayoría de los países del mundo avanzado la desigualdad crece desde hace tres décadas. Está suficientemente documentado que el problema proviene del funcionamiento del sistema productivo contemporáneo, basado en la aplicación intensiva de conocimientos complejos, que premia a los trabajadores más calificados con salarios muchas veces superiores al resto, así como restringe las oportunidades de inserción laboral de los menos calificados y los margina al desempleo de larga duración y la pobreza (OECD 2011, tabla 2). Este funcionamiento refuerza los diferenciales en la calidad de vida de las personas y los hogares que conforman. Esto afecta el desarrollo de las capacidades de los niños y niñas, que son las generaciones que sostendrán el bienestar futuro de nuestras sociedades.

Los procesos de reformas produjeron cambios en la normativa de los mercados laborales para adaptarlos a la nueva manera de producir, flexibilizando el control de la disparidad salarial y las condiciones de los contratos laborales. No obstante para conseguir reformas compatibles con un nivel de seguridad social, igualitario y de calidad, resultaron de alta relevancia los diversos grados de poder de los modos de determinación colectiva de los salarios, por ejemplo, por la acción de los sindicatos o políticas de salario mínimo. Otras maneras de progresar en igualdad social, a través de la mejora en los ingresos, son las políticas de protección social como el sistema de pensiones y las transferencias de ingresos que son comentadas en los artículos de Santiago Boffi (1 y 2).

Sin embargo la desigualdad de ingresos persiste luego de la redistribución y en algunos países se incrementa de modo continuo (especialmente en los anglosajones y en el sur europeo). Para entender este problema se encendió un segundo foco de atención sobre el exorbitante despegue del grupo del 1% de ingresos más altos respecto del resto de la población (OECD 2011, tabla 1 y figura 8). Esta discusión se avivó recientemente con el debate en torno a las investigaciones de Thomas Piketty, y para abarcar un buen conocimiento sobre este tema recomiendo consultar el artículo de Daniel Nieto.

 

Las modificaciones en las estructuras familiares también inciden sobre la desigualdad

Los países más avanzados experimentan, además, tres transformaciones socio-demográficas que involucran proporciones significativas de sus poblaciones y trazan una tendencia de implicancias sobre la desigualdad que podríamos atender en nuestros análisis de sociedades en América Latina porque son configuraciones que refuerzan la desigualdad de ingresos.

  • La inestabilidad marital torna más vulnerables los ingresos de las familias monoparentales (que quedan a cargo de un sólo jefe de hogar) y ocurre que mayormente este tipo de hogares cargan la responsabilidad sobre las mujeres, con menor nivel educativo, que perciben bajos salarios o son inactivas. A mitad de la década del 2000, los hogares monoparentales, con y sin hijos, representaban en torno del 20 por ciento de los hogares en edad activa (OECD 2011, p. 33). Un aspecto interesante de este fenómeno es que los divorcios se concentran entre quienes tienen el menor nivel educativo. Gosta Esping-Andersen calculó, por ejemplo, que la tasa de divorcio entre los estadounidenses menos educados es el doble que la registrada entre los más educados; y este patrón se encuentra de modo similar en Europa. Tanto en Suecia como en Estados Unidos, cerca del 80 por ciento de las familias monoparentales se ubican en el quintil más pobre de la distribución de ingresos. En estos hogares se concentra la pobreza de la niñez, aunque la permanencia en esta situación difiere entre países: se estima que en Estados Unidos el 60 por ciento de los hogares pobres permanece en esa situación por más de tres años, mientras que en Alemania se registra el 9 por ciento y en Dinamarca el 3 por ciento.
  • Se registra un incremento de la homogamia: las parejas se conforman entre personas que comparten status similares en lo relacionado a la calificación, nivel de salarios, capital cultural (ver OECD 2011, p. 33). Estas condiciones refuerzan los escenarios positivos y negativos, según el tipo de hogares, para el desarrollo de habilidades de los niños y niñas, las tendencias a la participación en el mercado laboral y a la polarización de ingresos. En la mayoría de las sociedades avanzadas, cerca de la mitad de todas las parejas ocupadas se componen de miembros que pertenecen al mismo quintil de ingresos. Este diferencial entre los niveles de vida de las familias amplifican también la capacidad de los padres para invertir en sus hijos e hijas. En la actualidad, las familias del quintil más rico de la sociedad de Estados Unidos invierten siete veces más por cada hijo respecto de las familias del quintil más pobre (Duncan y Murname 2011).
  • Los revolución del rol femenino en la economía es aún incompleta –un concepto instalado por Esping-Andersen. Al tiempo que se incrementaron las tasas de participación laboral femeninas y se redujo la brecha de salarios entre los géneros, se mantienen aún fuertes las clásicas tendencias en la distribución de la actividad entre las mujeres: luego de la baja por maternidad disminuye drásticamente la probabilidad de retomar un puesto de trabajo de tiempo completo, se incrementan los períodos de desempleo y por consiguiente se dificulta la capacidad de acumular capital humano y social, también el empleo femenino se concentra en las actividades menos productivas y por lo tanto, de bajos salarios.

Estos comportamientos no son igualmente representativos en las diferentes sociedades y se presentan con distintos ritmos en cada una de ellas. Aunque se generalizó que los progresos de la igualdad entre los géneros se concentran en las mujeres situadas en la cúspide de la pirámide de los ingresos, que propenden a conformar familias en donde ambos cónyuges proveen de buenos ingresos. Las mujeres que perciben mejores ingresos son también las más calificadas, tienen carreras laborales con menores interrupciones y todo esto las beneficia para prolongar los modos de acumular capital humano y social. Lo opuesto ocurre con las mujeres de los estratos de ingresos más bajos y así se refuerza la desigualdad.

 

Comentarios finales

La desigualdad puede ser el problema social más desafiante que enfrente el mundo durante el siglo XXI. Los debates en torno al problema fructificaron en recomendaciones que necesitan aplicarse sin demora para sostener tanto el potencial productivo de nuestras sociedades como el bienestar social.

El futuro de nuestras sociedades depende fundamentalmente de la capacidad de acumular capital humano de alta calidad. Esta es una condición ineludible, a medida que nuestras sociedades envejecen demográficamente, que otorga mayor relevancia la estructura de oportunidades de vida durante la niñez. Por eso, los acuerdos sociales, las políticas públicas y todas las normas destinadas a mejorar el bienestar de nuestras sociedades deben asumir con prioridad la reducción de la pobreza entre los niños y niñas y promover ambientes sociales estimulantes para que desarrollen sus capacidades cognoscitivas y no cognoscitivas.

El empleo de las madres es una buena solución a la pobreza del hogar, siempre y cuando se verifique que no atenta contra el desarrollo de las capacidades de sus hijos e hijas. Por eso, la oferta laboral de las mujeres a cargo de los hogares de ingresos más bajos debe incrementarse más rápidamente que entre las mujeres de ingresos altos. Esta solución debe contemplar que los hogares en la base de ingresos tienen mayores probabilidades de ingresar en el desempleo en momentos de crisis económica. Esta asimetría puede corregirse combinando políticas de empleo universal y de cuidados infantiles de calidad.

Si la desigualdad de ingresos aumenta en un contexto de fuerte transmisión de las trayectorias de ingresos entre generaciones, se incrementarán las diferencias entre las oportunidades de vida y también la desigualdad social en el futuro. Por todo esto, es indispensable progresar en la igualdad de ingresos como una inversión concreta para sostener el bienestar en nuestras sociedades.